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Investigación de la cultura local:

Consecuencias para el desarrollo participativo

Odhiambo Anacleti

¿Sujetos u objetos del desarrollo?

A los africanos raramente se les pregunta que tipo de desarrollo es el que desean. Siempre han sido los objetos de modelos de desarrollo diversos pero que raramente han incrementado su abastecimiento de alimentos, o han mejorado su estado de salud. De hecho, los pobres de África raramente han sido considerados seres humanos en su propio derecho. Ellos siempre han sido los que deben cambiar según los objetivos de otros, bien a través de la cristiandad, la civilización, la investigación o los proyectos de desarrollo. Casi no se cree que tengan una religión, una cultura o un sistema de comercio propios. Tienen que ser iniciados en todo ello. Tienen que ser auxiliados, valorados, y debe dárseles ayuda.

Si se hace realidad la esperanza de alcanzar un orden más equitativo, las actitudes hacia el sector y la población rural de los países en desarrollo tienen que sufrir cambios radicales. Debe reconocerse que el sector rural (al que nos referiremos desde ahora como 'local') tiene un dinamismo propio que no debe explicarse mediante la comparación o el contraste con los acontecimientos y la historia externa. La población rural tiene su propia concepción del desarrollo y siempre ha estado implicada en algún tipo de intercambio de bienes materiales y de ideas con el exterior. Esto ya les da una percepción sobre los méritos y los deméritos de dicho intercambio. Estas percepciones no dependen de cómo el mundo percibe y define los conceptos, sino de la forma real en la que éstos les afectan.

El desarrollo rural debe ser visto como el proceso por el cual la población rural aprovecha la oportunidad de mejorar su modo de vida, pasando de las meras estrategias de supervivencia al cuestionamiento del entorno físico y social en el que se encuentran. Se trata de un proceso que les permite tomar conciencia y analizar las limitaciones a las que están sujetos; y que reconoce su derecho a planificar y a controlar su destino en conformidad con los recursos de los que disponen. Para generar equidad se debe admitir que la gente, incluida la población rural, no desea que sean otros los que les definan sus necesidades. Ellos pueden hacerlo por sí mismos.

Reconocer este hecho implica cambiar las actitudes hacia el desarrollo y, a su vez, da lugar a la necesidad de información para identificar las causas subyacentes que están detrás de la constante sumisión del sector rural a las ciudades. Dicha información proporcionará las bases para generar soluciones alternativas a los problemas más importantes de los países en desarrollo.

Esta es la única vía que tenemos abierta para revertir las extremas dificultades económicas de las últimas tres décadas, dificultades que han tenido efectos tan devastadores en el potencial de desarrollo del sector rural en África que han minado su integridad política, económica y cultural, e incluso su identidad. Recopilar esta información supone investigar en los sistemas e instituciones existentes, y las posibilidades de utilizarlas como trampolín para un desarrollo relevante para la gente.

¿Por qué investigar en la cultura local?

Deberíamos preguntarnos por qué se recomienda seguir investigando, dada la gran cantidad de información disponible sobre ¡prácticamente todos los aspectos de nuestras vidas!. Después de todo, el cada vez mayor conocimiento existente sobre los países 'en desarrollo' y sobre su pobreza no parece haberle dado soluciones a ésta. ¿Es porque la información es irrelevante? ¿O es porque las soluciones propuestas son las equivocadas? Sea cual sea la razón, me inclino a pensar que los investigadores no hacen las preguntan adecuadas (1).

El desarrollo comunitario es un proceso, y un proceso más bien lento. Será incluso más lento si las agencias de desarrollo ignoran la máxima de Julius Nyerere que dice: 'La gente no es desarrollada, se desarrolla a sí misma' (2). Pero para que la gente pueda desarrollarse ha de estar convencida de que los cambios previstos no van a ser un simple experimento en sus vidas, sino que significarán realmente un cambio para mejor.

La población participa en lo que conoce mejor. En la actualidad, y para el futuro previsible, al menos un 70% de los africanos seguirán siendo rurales y semianalfabetos. Sus conocimientos seguirán siendo muy parroquiales, pero se ceñirán a las realidades de su vida cotidiana. La mayor parte de su saber se seguirá transmitiendo de generación en generación a través de la tradición. La tradición seguirá estando guiada principalmente por principios y valores culturales. De ahí la necesidad de estudiar la cultura local como punto de partida para el diálogo acerca del desarrollo de la gente, y de su participación para hacerlo realidad.

Prácticamente todas las comunidades rurales aprecian aún su cultura, como lo muestran sus saberes, aptitudes, valores, costumbres, idioma y formas artísticas, así como sus sistemas de organización y administración y sus instituciones. Todo esto es lo que les ha permitido sobrevivir como comunidades en un entorno físico y social que a veces es muy hostil. Parece obvio que la investigación debería centrarse en desarrollar esta cultura. La tendencia, sin embargo, ha sido buscar alternativas a lo que la gente ya tiene, en vez de identificar qué es lo inadecuado para mejorarlo. No es nada sorprendente que las comunidades suelan responder negativamente a la hora de implementar las conclusiones de las investigaciones de los teóricos del desarrollo, ya que a menudo perciben que las soluciones que se les proponen les alienarán respecto a la propia cultura que ellos valoran.

Es irónico, aunque cierto, que los gobiernos coloniales (por ejemplo en el caso de la Tanzania continental y de otras antiguas colonias africanas) se hayan mostrado más conscientes al respecto que los gobiernos posteriores a la independencia. Las autoridades coloniales eran conscientes de la importancia que tiene conocer la cultura del pueblo, presumiblemente porque razonaban que si no controlaban el comportamiento cultural del pueblo, nunca podrían dominarlo. Especulaciones aparte, hicieron un esfuerzo considerable para intentar comprender los sistemas autóctonos, e incluso para aplicarlos a la gestión cotidiana.

Un ejemplo de ello lo tenemos en el estudio de Hans Cory (3) sobre los Kuria del distrito de Tarime en Tanzania, que se utilizó para establecer un sistema de jefatura que superó a los clanes tradicionales y que sigue en vigor en la actualidad. Como me dijo uno de los comisionados regionales de Tanzania: 'El Jefe de Distrito colonial recorría más millas al año en su distrito que las que hace el actual Jefe de Distrito tanzano en su Land Rover' (4). Esto daba a las autoridades coloniales un conocimiento profundo de la cultura de las comunidades locales, conocimiento que aplicarían a la hora de organizar su dominio sobre el pueblo. ¿No podrían hacer lo mismo los administradores actuales?

El éxito de cualquier esfuerzo para lograr esto dependerá de dos factores. En primer lugar, comprender la cultura del pueblo requiere cierto grado de humildad por parte de los investigadores, dado que se les pide que confiesen su ignorancia sobre el tema de su investigación. Muchos aspirantes a investigador temen mostrar su ignorancia sobre los sistemas concretos. Es más fácil, después de todo, asumir que todas las zonas rurales son iguales y que lo que es verdad para el Malawi rural también lo será para la Kenia rural.

El segundo factor que incide negativamente en la investigación de la cultura local es el supuesto en el que se basan algunos investigadores autóctonos, que piensan que por el hecho de ser nativos del lugar ya entienden su cultura. Estas personas olvidan que su proceso de socialización en sus propias comunidades no se completó a causa de los cortos lapsos de tiempo que pasaron en ellas, una vez comenzaron a asistir a la escuela. Además, ser autóctono normalmente limita el tipo de preguntas que pueden realizar, puesto que la comunidad supondrá que ya conoce las respuestas. Ser autóctono puede ser más un obstáculo que una ayuda en la investigación cultural; y el investigador ha de ser consciente de este hecho.

Sé que no sabes lo que yo sé, pero ¿por qué no quieres saber que yo también sé lo que tú no sabes? Puedes haber aprendido mucho de los libros, pero sigo creyendo (olul ok puonj dhok mit chiemo) que el ano no le enseña a la boca la dulzura de la comida (5).

Así demuestra su desesperación Mzee Joel Kithene Mhinga del poblado de Buganjo, en el norte de Tanzania, después de una larga discusión en la que intenté demostrarle que respecto a la génesis del clan Baganjo él se basaba en datos históricos erróneos. Esto me recordó otra discusión mantenida durante un seminario celebrado en Dodoma para preparar parteras tradicionales. Las mujeres del poblado protestaron porque las tildaban de 'tradicionales' y de 'parteras'. Se preguntaban por qué las comadronas tituladas querían monopolizar la palabra 'comadrona', cuando estaban seguras de que ellas habían traído más niños al mundo que cualquiera de las enfermeras allí presentes. Adoptaron una fórmula intermedia: ellas aceptaron llamarse 'comadronas tradicionales' siempre y cuando las comadronas hospitalarias aceptaran llamarse 'comadronas con estudios' (6).

No es frecuente que la población rural se exprese con tanta franqueza. Pero sigue siendo cierto que el saber tradicional que ha permitido sobrevivir a las comunidades ha sido frecuentemente ignorado en favor de un conocimiento libresco. Los investigadores y los agentes de desarrollo se jactan de conocer el comportamiento y el pensamiento íntimo de la población analfabeta de las zonas rurales, incluso cuando no la conocen suficientemente. Y debido a que son incapaces de entender lo que esta gente sabe, intentan compensar su incomprensión con algo nuevo, en vez de comprobar las insuficiencias del saber, los sistemas y las instituciones existentes. El saber local ha sido infravalorado durante demasiado tiempo, en detrimento del desarrollo de la población rural y de sus campos.

Aunque la historia ha demostrado que las ideas foráneas que se imponen al pueblo siempre acaban fracasando, todavía se tiene una gran fe en modelos de desarrollo supuestamente exitosos en otros lugares, pero ajenos a la gente y que se les imponen sin su consentimiento. Esto ocurre a pesar de la resistencia de la gente a tal imposición. Deberíamos reflexionar sobre el ejemplo del poblado de Minigo, del distrito tanzano de Tarime, donde los hombres rechazaron los molinos de tracción manual porque (según el Jefe) 'sus mujeres se volverían perezosas'. En realidad intentaban expresar que la época de los molinos manuales ya había pasado. Al rechazarlos, esperaban que los donantes les proporcionarían un molino diesel, que no sólo ayudaría a las mujeres, sino que proporcionaría ingresos al pueblo.

Para que la gente participe en la toma de decisiones que afectan a sus vidas, deben partir del lugar en el que están y de lo que saben. Lo que la mayoría conoce es su propia cultura y valores. Por consiguiente, a fin de liberar a la gente de sistemas e instituciones impuestos, poco prácticos y que a veces no se han puesto a prueba, ellos tienen que estar involucrados en la integración de dichos sistemas en su cultura, en la búsqueda de alternativas dentro de su medio cultural.

La relevancia del desarrollo participativo

El 'desarrollo participativo' se refiere a un desarrollo que involucra a todas las personas, especialmente a aquellas cuyas aspiraciones y cuyas necesidades básicas se ven afectadas por decisiones relativas a la disponibilidad de los recursos y a los derechos sobre tales necesidades. El desarrollo participativo, por lo tanto, implica compartir equitativamente el control, el reparto y el uso de los recursos y de los beneficios últimos del desarrollo en una comunidad. También significa asumir responsabilidades y rendir cuentas ante la comunidad a todos los niveles. Esto serán meras ilusiones si las estructuras de toma de decisiones siguen siendo algo ajeno, burocrático y elitista. Estas estructuras, por el contrario, deben volverse más comprensibles y aceptables para la gente. La mejor forma de lograrlo es examinar los sistemas culturales existentes e integrar en ellos las estructuras de toma de decisiones.

En 1973, el gobierno tanzano decidió asentar a la población en aldeas. El propósito era hacer que los tanzanos vivieran como una familia africana tradicional que 'vivía y trabajaba unida', para lograr el objetivo de construir 'una sociedad en la que todos los miembros tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades; en la que todos puedan vivir en paz con sus vecinos sin sufrir ni imponer la injusticia, sin explotar ni ser explotados, y en la que todos tengan un nivel básico de bienestar material que se incremente paulatinamente, antes de que ningún individuo viva en el lujo' (7). Si el plan se hubiese implementado correctamente, habría estado muy cerca de lograr lo que se entiende como desarrollo participativo. En realidad, lo que ocurrió fue que las implicaciones culturales no se tuvieron en cuenta. Por ejemplo, no se realizó ninguna investigación local sobre qué formas de trabajo en común estaban aún activas, ni cómo se iban a adaptar éstas a un patrón productivo en el que cada uno producía individualmente sus propios cultivos de renta. La forma de vida 'Ujamaa' prevista sólo hubiera sido posible bajo un sistema comunal de propiedad de la tierra que ya había dejado de existir en Tanzania. Un examen de la forma en que las personas habían adoptado y organizado nuevos patrones de propiedad de la tierra habría ayudado a aumentar la aceptación social y económica del conjunto de la operación. Como esto no se hizo, no es sorprendente que se considerara a la 'aldeanización' como una conducta coercitiva por parte del gobierno, en su intento de mostrar que dominaba (en vez de pertenecer a) al pueblo.

Este es un buen ejemplo de una situación en la que la preocupación y el interés por la cultura y las costumbres de un pueblo hubieran significado un gran avance para lograr un cambio participativo. No debe sorprendernos que 20 años después la gente esté volviendo a sus viejos caseríos y estén re-creando sus propias estructuras, las cuales podían haber instruido a las autoridades de hace 20 años. ¡Vaya un desperdicio!

Involucrar a las personas en el debate sobre su propio desarrollo, y en la toma de decisiones al respecto, nos lleva a comprender por qué es necesario implicarse en todo el proceso de resolución de problemas para conseguir un cambio duradero y que merezca la pena. Ahora nos encontramos en un proceso en el que los investigadores y los agentes del desarrollo reclaman ser los representantes del pueblo, con la arrogante presunción de que sus técnicas particulares son el dominio exclusivo de académicos y de élites capacitadas. Con ello se obvia el hecho de que estos agentes dependen de la población local para alcanzar sus objetivos.

Las personas, a fin de cuentas, son las depositarias del saber local. Para ayudarlas a desarrollarse, deben ser habilitadas para aprovechar ese saber. La mejor forma de hacerlo es ayudarlas a extrapolar a partir de lo que mejor conocen, su cultura. Al hacerlo, podrán relacionar sus aspiraciones más profundas con la realidad social que les rodea. Los agentes del desarrollo realizan esta conexión en tan pocas ocasiones que a la gente se la ve normalmente como un recurso más para el desarrollo, en vez de verlos como los sujetos de su propio desarrollo.

Notas

El autor

Odhiambo Anacleti trabaja en Oxfam (UK/I) como responsable de Comunicaciones (África); anteriormente fue Coordinador de Área para el Sur de África y Representante-residente en Tanzania. Previamente fue Director de Investigaciones y Planificación en el Ministerio de Cultura Nacional y Juventud de Tanzania, y enseñó en el Instituto de Estudios del Desarrollo de la Universidad de Dar es Salaam.

Este artículo apareció por primera vez en Development in Practice, volumen 3, número 1, 1993.


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